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Clubes de barrio: presentes en los barrios, ¿presentes en la política?

por Equipo Fundación Clubes


En la antesala de las primarias presidenciales, ya se han dado a conocer programas incipientes de gobierno. Evelyn Matthei, desde la derecha, y Jeannette Jara, Carolina Tohá y Gonzalo Winter desde el progresismo, han hecho públicas sus propuestas para el país.


Aunque hay diferencias evidentes entre sus visiones, hay un punto que los iguala: el Deporte Social —entendido como práctica comunitaria organizada, recreativa, formativa e intergeneracional— está apenas sugerida. Y su unidad territorial más concreta, el club de barrio, directamente no aparece.


El deporte como política pública: lo que hay y lo que falta

Entre las candidaturas progresistas, Jeannette Jara presenta una propuesta estructurada en materia deportiva: política nacional con enfoque de derechos, actividad física diaria en las escuelas (oportunidad de conectar proyecto de Ley Abramos la Cancha), y financiamiento al deporte comunitario, que es lo más cercano a las instituciones barriales de todas las disciplinas. Incluso incluye una reforma legal para devolver el control del fútbol profesional a los hinchas.


Carolina Tohá, por su parte, parte desde un diagnóstico valioso y luego se propone modernizar el Ministerio del Deporte, profesionalizar entrenadores y generar incentivos al patrocinio. Sin embargo el Deporte Social, con su tremenda capacidad de impacto a través de los clubes, se encuentra ausente. De todos modos plantea una política llamada "Nueva Patria Joven", donde se menciona lo siguiente: "Un millón de niños, niñas y preadolescentes protegidos con programas de deporte, cultura y acompañamiento social en el barrio después del horario escolar". Acá hay una oportunidad para el proyecto de Ley Abramos la cancha. 


Gonzalo Winter propone una nueva lógica: "Sociedad en movimiento", cuyo interés es que exista una ciudadanía con mayores niveles de actividad física, lo que a su vez, según señala el texto "permitirá contar con una base más amplia de deportistas".


Evelyn Matthei, en tanto, no menciona el deporte en ninguna parte de su pre-programa. No lo incluye como política social, ni educativa, ni comunitaria. Simplemente no está.


El problema no es sólo lo que falta. Es lo que se arriesga.

Chile atraviesa una crisis de inactividad física, especialmente entre niños, niñas y jóvenes. Según la Encuesta Nacional de Actividad Física Escolar 2024, solo 2 de cada 10 estudiantes presentan niveles activos o parcialmente activos en el contexto escolar. El diagnóstico es claro. El país necesita infraestructura, acompañamiento y nuevas formas de organización para garantizar actividad física en todos los territorios.


Hoy se insiste con una política de “60 minutos diarios de actividad física en la escuela”, que no es Educación Física, sino aplicar prácticas corporales y de movimiento en otras instancias educativas. Pero los colegios no cuentan con las capacidades humanas para hacerlo posible. Están sobrecargados. El resultado podría ser una frustración para todos los actores involucrados. Entonces hagámoslo bien.


Una alternativa ya está planteada: que las escuelas aporten lo que sí tienen —niños, niñas y espacios deportivos—, y que los clubes de barrio entren con lo que saben hacer: deporte, formación y comunidad. Esta es precisamente la lógica del proyecto de ley Abramos la Cancha, ya aprobado en la Cámara de Diputados, que mandata a colegios y servicios públicos a facilitar su infraestructura a organizaciones deportivas sin fines de lucro. Este proyecto está hoy en el Senado y requiere del apoyo del Ejecutivo para avanzar.


Aquí hay una posibilidad real, concreta, sensata: articular el sistema educativo con el tejido deportivo local. Pero requiere decisión política. Requiere ver a los clubes como aliados estratégicos del Estado, no como invitados ocasionales.


No es un reclamo. Es una alerta política.

Este vacío no puede leerse como un simple olvido. Es parte de un patrón más amplio: la política institucional sigue sin reconocer a los clubes de barrio como sujetos de transformación. Se habla de seguridad, pero no de prevención. Se habla de salud mental, pero no de espacios donde esa salud se cuida. Se habla de juventud, pero no de las redes que la sostienen cuando la escuela y la familia no alcanzan.


El club de barrio no es un decorado: es Estado popular en práctica, es democracia barrial, es infraestructura afectiva en territorios abandonados. Y si no está en los programas, no estará en el presupuesto.


Por eso no es un lamento, es una interpelación. Los programas aún están abiertos. Las plataformas pueden corregirse. Quienes aspiran a gobernar con vocación de justicia social tienen la oportunidad —y el deber— de incluir a los clubes: como actores, como instituciones, como parte del modelo de país.


No basta con hablar de deporte. Hay que hacer política con quienes lo sostienen.


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